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La situación de la infancia según “En la sangre”
Citar: elDial.com - CC2FFF
Copyright 2024 - elDial.com - editorial albrematica - Tucumán 1440 (1050) - Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina
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La situación de la infancia según “En la sangre” |
En
un fragmento del Capítulo II del Libro “En la sangre” de
Cambaceres se aprecia una descripción de la situación de la
infancia pobre y marginal de fines del XIX. Esta situación,
padecida fundamentalmente por hijos e hijas de inmigrantes va
a ser uno de los elementos que justifiquen el dictado de la
ley 10.903, conocida como Ley “Agote”. “Así
nació, llamáronle Genaro y, haraposo y raquítico, con la
marca de la anemia en el semblante, con esa palidez
amarillenta de las criaturas mal comidas, creció hasta
cumplir cinco años. De
par en par abrióle el padre las puertas un buen día. Había
llegado el momento de serle cobrada con réditos su crianza,
el pecho escrofuloso de su madre, su ración en el bodrio
cotidiano. Y
empezó entonces para Genaro la vida andariega del pilluelo,
la existencia errante, sin freno ni control, del muchacho
callejero, avezado, hecho desde chico a toda la perversión
baja y brutal del medio en que se educa. Eran,
al amanecer, las idas a los mercados, las largas estadías en
las esquinas, las changas, la canasta llevada a domicilio, la
estrecha intimidad con los puesteros, el peso de fruta o de fatura
ganado en el encierro de la trastienda. El zaguán, más
tarde, los patios de las imprentas, el vicio fomentado,
prohijado por el ocio, el cigarro, el hoyo, la rayuela y los
montones de cobre, el naipe roñoso, el truco en los
rincones. Era,
en las afueras de los teatros, de noche, el comercio de
contra-señas y de puchos. Toda una cuadrilla organizada,
disciplinada, estacionaba a las puertas de Colón, con sus
leyes, sus reglas, su jefe: un mulatillo de trece años,
reflexivo y maduro como un hombre, cínico y depravado como
un viejo. Bravo
y leal, por otra parte, dispuesto siempre a ser el primero en
afrontar el peligro, a dar la cara por uno de los suyos, a no
cejar ni aun ante el machete del agente policial, el pardo
Andinas ejercía sobre los otros toda la omnipotente
influencia de un caudillo, todo el dominio absoluto y ciego
de un amo. Tarde
en las noches de función, llegado el último entreacto, a
una palabra de orden del jefe, dispersábase la banda,
abandonaba el vestíbulo desierto del teatro, por grupos
replegada a sus guaridas: las toscas del bajo, los bancos del
"Paseo de Julio", las paredes solitarias de algún
edificio en construcción, donde celebraba sus juntas
misteriosas. Bajo
el tutelaje patriarcal de Andinas, allí, en ronda todos,
cruzados de piernas, operábase el reparto de las ganancias,
la distribución del lucro diario: su cuota, su porción a
cada cual según su edad y su importancia, el valor de los
servicios prestados a la pandilla. Las
"comilonas", los "convites", a la luz
apagadiza de un cabo de vela de sebo venían luego, el rollo
de salchichón, la libra de pasas, la de nueces, el frasco de
caña, la cena pagada a escote, robada acaso, soliviada del
mostrador de un almacén en horas aciagas de escasez. Como
murciélagos que ganan el refugio de sus nichos, a dormir, a jugar,
antes que acabara el sueño por rendirlos, tirábanse en
fin acá y allá, por los rincones”. En
la sangre de Eugenio
Cambaceres (1843-1888). Primera edición, Buenos Aires
Imprenta Sud América, 1887.
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